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jueves, 16 de febrero de 2017

Una nueva oportunidad



por Julio García

En la extensión de nuestro planeta tierra nacieron dos seres que su unión estaba encaminada hacia un destino cruel, pero lleno de crecimiento, valor, sacrificios y lealtad. Es la mujer un Ser lleno de mucha voluntad, voluntad que solo el cielo y las estrellas podrían determinar su complejidad. Es esa determinación en su desarrollo la cual reúne en todo su emprendimiento el cuidado, la ternura, el perdón, la nata sabiduría, pero sobre todo ese inconfundible amor que, la separa de la tierra y el cielo, del hombre y lo complejo, del mar y las infinitas arenas, es ese único sentido que le caracteriza a la hora de llamarse por nombre MAMÁ, HIJA, MUJER. El revuelo de una comprensión de ser hija y madre, es ese celo natural que afana en su materia el responder ante todo o ante nada.

De madre fueron numerosas las estrellas, en el otorgar desde niña hasta la adultez en un sinnúmero de atenciones que en todas ellas fueron recolectadas desde la inocencia hasta conocer la malicia, la vulnerabilidad, el orgullo, la protección, el coraje, la sensatez, todas en un solo amor puro, leal, sincero, transparente. De la madre el parto, del parto su cría, de la cría el ‘canvas’ y del ‘canvas’ la expresión de ser.  La madre cuida de sus criaturas con el natural celo que le define su nombre, mamá. Es así que de igual manera la hija reluce en su natural espejo un semejante lazo de afinidad y conmoción. En el proceso de crecimiento la transparencia se mece desde su cuna hasta dar con pies descalzos sus primeros pasos. Es allí donde el circulo familia comprende todo su entorno, primero madre, hija, padre, familia.

El tiempo no avanza en vano, nunca lo ha sido, el tiempo siempre carga en su seno la relación y la capacidad en convivir tanto con la naturaleza, como de igual forma su relación con lo demás. El tiempo jamás olvida, pues siempre lleva en su memoria el inmemorable sentir en el afecto, el odio, la comprensión, el razonamiento, la reflexión, le enseñanza y lo más importante el amor. El tiempo dedica de su siembra el cuidado de sus frutos, el tiempo retrata su mejor imagen y la atesora en la amable memoria, el tiempo crece como las montañas en un rio, como las aves en su vuelo, como la vida y el recordar. El tiempo no lleva escrituras, el tiempo solo memoriza sus altas y bajas, el tiempo lo vela todo y lo dispara en su karma, el tiempo lo consume todo y lo arroja en su oportunidad, el tiempo es la retrospección de un principio su final.  

Es allí cuando el mecer del envejecimiento le acompaña la ternura, la felicidad, el amor puro y sincero y la cantidad. Es ese amor impar que da por su razón, la vida, la entrega, su aforo. Las manos fueron el sostén de una larga vía, sus pies el marco de resistencia, su voz el grito de una osadía, sus oídos la afinidad en la decisión, sus lágrimas la perseverancia, su olfato la capacidad, su instinto el umbral maternal y el sentir su hija. La espera tuvo al fin una bienvenida dando por culminado aquellos días en el que estaban escritas en una servilleta tormentosas pesadillas acompañadas de ansiedad e insomnio. Fue entonces que en su puñado un adiós le daba por libre en los aires su servilleta y en un abrazo la compasión, el amor infinito, la bendición de una nueva era. En sus manos dibujaban los nervios de un sueño casi imposible de recordar, en su corazón una alegría sinigual, en sus ojos la ternura y el clamor de una hija “mi espejo eres tu papá”.

Es el sentir de un sinónimo, en ver en el tiempo a un niño perdido y su madre desesperada por encontrarle, es como ver pasar el tiempo y en esa eterna búsqueda encontrarle para jamás dejarle volver a perder. Es una sintaxis que jamás el tiempo olvidará de un largo recorrido, pero su meta tomo su final, es ese, el mismo arte que dibuja su papá por una tierra que de la misma manera de una madre le vio nacer, Puerto Rico. Las emociones son como una telaraña de convicciones, están entretejidas de amor y seguridad, bien parecidas a tomar por considerado el sacrificio y a su vez el amor por sus ideales. Es Clarisa López mi nombre y mi lucha el regreso y la victoria de mi papá. Soy hoy el cuidado de sus días y la visión de sus pasos, soy su hija, la misma que por más de treinta y cinco años sostuve en mi virtud la fe, la lealtad, pero sobre todo la perseverancia en tener entre mis brazos, la calma, la ilusión, la paz, el amor por siempre a ti, mi vida y entrega; gracias por ser tu Oscar López Rivera, gracias por ser mi papá.
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