por Julio García
En la extensión de
nuestro planeta tierra nacieron dos seres que su unión estaba encaminada hacia
un destino cruel, pero lleno de crecimiento, valor, sacrificios y lealtad. Es
la mujer un Ser lleno de mucha voluntad, voluntad que solo el cielo y las
estrellas podrían determinar su complejidad. Es esa determinación en su
desarrollo la cual reúne en todo su emprendimiento el cuidado, la ternura, el
perdón, la nata sabiduría, pero sobre todo ese inconfundible amor que, la
separa de la tierra y el cielo, del hombre y lo complejo, del mar y las
infinitas arenas, es ese único sentido que le caracteriza a la hora de llamarse
por nombre MAMÁ, HIJA, MUJER. El revuelo de una comprensión de ser hija y
madre, es ese celo natural que afana en su materia el responder ante todo o
ante nada.
De madre fueron
numerosas las estrellas, en el otorgar desde niña hasta la adultez en un sinnúmero
de atenciones que en todas ellas fueron recolectadas desde la inocencia hasta
conocer la malicia, la vulnerabilidad, el orgullo, la protección, el coraje, la
sensatez, todas en un solo amor puro, leal, sincero, transparente. De la madre
el parto, del parto su cría, de la cría el ‘canvas’ y del ‘canvas’ la expresión
de ser. La madre cuida de sus criaturas
con el natural celo que le define su nombre, mamá. Es así que de igual manera
la hija reluce en su natural espejo un semejante lazo de afinidad y conmoción.
En el proceso de crecimiento la transparencia se mece desde su cuna hasta dar
con pies descalzos sus primeros pasos. Es allí donde el circulo familia
comprende todo su entorno, primero madre, hija, padre, familia.
El tiempo no
avanza en vano, nunca lo ha sido, el tiempo siempre carga en su seno la relación
y la capacidad en convivir tanto con la naturaleza, como de igual forma su
relación con lo demás. El tiempo jamás olvida, pues siempre lleva en su memoria
el inmemorable sentir en el afecto, el odio, la comprensión, el razonamiento,
la reflexión, le enseñanza y lo más importante el amor. El tiempo dedica de su
siembra el cuidado de sus frutos, el tiempo retrata su mejor imagen y la
atesora en la amable memoria, el tiempo crece como las montañas en un rio, como
las aves en su vuelo, como la vida y el recordar. El tiempo no lleva
escrituras, el tiempo solo memoriza sus altas y bajas, el tiempo lo vela todo y
lo dispara en su karma, el tiempo lo consume todo y lo arroja en su
oportunidad, el tiempo es la retrospección de un principio su final.
Es allí cuando el
mecer del envejecimiento le acompaña la ternura, la felicidad, el amor puro y
sincero y la cantidad. Es ese amor impar que da por su razón, la vida, la
entrega, su aforo. Las manos fueron el sostén de una larga vía, sus pies el
marco de resistencia, su voz el grito de una osadía, sus oídos la afinidad en
la decisión, sus lágrimas la perseverancia, su olfato la capacidad, su instinto
el umbral maternal y el sentir su hija. La espera tuvo al fin una bienvenida
dando por culminado aquellos días en el que estaban escritas en una servilleta tormentosas
pesadillas acompañadas de ansiedad e insomnio. Fue entonces que en su puñado un
adiós le daba por libre en los aires su servilleta y en un abrazo la compasión,
el amor infinito, la bendición de una nueva era. En sus manos dibujaban los
nervios de un sueño casi imposible de recordar, en su corazón una alegría
sinigual, en sus ojos la ternura y el clamor de una hija “mi espejo eres tu
papá”.
Es el sentir de un
sinónimo, en ver en el tiempo a un niño perdido y su madre desesperada por
encontrarle, es como ver pasar el tiempo y en esa eterna búsqueda encontrarle
para jamás dejarle volver a perder. Es una sintaxis que jamás el tiempo olvidará
de un largo recorrido, pero su meta tomo su final, es ese, el mismo arte que
dibuja su papá por una tierra que de la misma manera de una madre le vio nacer,
Puerto Rico. Las emociones son como una telaraña de convicciones, están
entretejidas de amor y seguridad, bien parecidas a tomar por considerado el
sacrificio y a su vez el amor por sus ideales. Es Clarisa López mi nombre y mi
lucha el regreso y la victoria de mi papá. Soy hoy el cuidado de sus días y la
visión de sus pasos, soy su hija, la misma que por más de treinta y cinco años sostuve
en mi virtud la fe, la lealtad, pero sobre todo la perseverancia en tener entre
mis brazos, la calma, la ilusión, la paz, el amor por siempre a ti, mi vida y
entrega; gracias por ser tu Oscar López Rivera, gracias por ser mi papá.
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