Carlos Gallisá
Claridad
25 de Octubre de 2016
La independencia aparece por primera vez en el programa electoral de un partido en las elecciones de 1904. El Partido Unión de Puerto Rico, en la pretensión de unir a todas las tendencias políticas del país en un solo partido, adoptó en su programa unas demandas de gobierno propio tanto bajo la estadidad como bajo la independencia. Esa expresión programática de estatus es la que en nuestra historia política hemos conocido como la “Base Quinta” por ser la número cinco en la enumeración de las bases programáticas unionistas. La misma leía así:
“Declaramos que entendemos factible que la isla de Puerto Rico sea confederada a los Estados Unidos de la América del Norte, acordando que ella sea un Estado de la Unión americana, medio por el cual puede sernos reconocido el self-government que necesitamos y pedimos; y declaramos también que puede la isla de Puerto Rico ser declarada nación independiente, bajo el protectorado de los Estados Unidos, medio por el cual también puede sernos reconocidos el self-government que necesitamos y pedimos”.
El partido Unión ganó todas las elecciones celebradas entre los años 1904 hasta el 1928, las últimas dos en una llamada Alianza con un sector del partido Republicano. En las elecciones de 1910-1920 la independencia estaba prácticamente sola en el discurso y propaganda unionista.
Para las elecciones de 1932 el partido Unión se ve forzado por decisión del Tribunal Supremo a cambiar su nombre a Partido Liberal y adopta la independencia sola en su programa. El Partido Nacionalista comparece en ese mismo año al proceso electoral con la independencia también en su programa.
A partir de las elecciones de 1932 comienza el debate en el independentismo sobre la participación en las elecciones coloniales. Albizu Campos y los nacionalistas comparecieron a las elecciones del ‘32 con el propósito de organizar las fuerzas nacionalistas. De ahí que logrando solo 5 mil votos, Albizu declara con gran entusiasmo: “El ejército libertador está organizado.”
A partir de entonces el nacionalismo elevó a cuestión de principio la no participación en elecciones coloniales. Con el surgimiento del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) para las elecciones de 1948 y el regreso de Albizu de prisión en 1947 comienza el debate al interior del independentismo sobre la participación electoral en la colonia.
Se establecen dos polos: el nacionalismo con su rechazo total y postura de principios en contra de la participación y el PIP en el polo opuesto comprometido con el proceso electoral como vía única para lograr la independencia.
Frente a esas posturas antagónicas entre el nacionalismo y el pipiolismo el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) adopta una tercera posición en 1976 y desarrolla con mucha corrección la postura que debe tener el independentismo ante las elecciones coloniales. Decía el programa del PSP:
“Las elecciones coloniales son un instrumento mas de apuntalar la dominación imperialista sobre nuestra Patria. Representa una caricatura burda de dominación burguesa. Al participar en cualquier elección colonial lo hacemos para denunciar su inoperancia como vehículo de expresión democrática, elevar el debate ideológico que se desarrolla en torno a la campaña electoral, profundizar nuestra ligazón con las masas trabajadoras y lograr la mayor difusión de nuestra ideología y programa entre el pueblo de manera que avancemos hacia el objetivo de ampliar nuestras bases organizativas.”
No hay duda que esta es una concepción revolucionaria de las elecciones coloniales. La participación en ellas no está montada en la ilusión de un triunfo electoral y por esa vía alcanzar la independencia. Por el contrario, se concibe la participación electoral como una vía para organizar (Albizu en 1932), denunciar la falsedad de las elecciones en una colonia, difundir nuestras ideas en el debate electoral y lograr un acercamiento mayor con el pueblo.
Esta visión de las elecciones coloniales hoy tienen una certeza y vigencia mayor que nunca antes, ante la imposición de la Junta de Control Fiscal que hace inoperante las elecciones. Sin embargo, llama la atención, por no decir que resulta alarmante, el olvido o distanciamiento conciente de muchos (incluyendo militantes de muchos años en el PSP) de la concepción revolucionaria de entonces para caer en la visión colonial y reformista de las elecciones como vía para alcanzar la independencia y participar siempre no importa las condiciones existentes.
Hace algún tiempo me comentaba un viejo amigo de muchos años de lucha sobre la pobreza del debate ideológico en el independentismo. Le riposté que la situación era peor, que ni tan siquiera había debate. Y es que no puede llamarse debate lo que hemos leído y oído sobre como y por qué debe votar el independentismo en estas elecciones.
Es evidente que en los últimos años en el independentismo ha habido un deslizamiento hacia posiciones conservadoras. Se ha ido generalizando pensar y actuar dentro de los parámetros del sistema y no desde afuera y contra el sistema. Parece olvidarse que la independencia de Puerto Rico no ha de llegar por la vía electoral. Esto es así, porque cuando alcancemos la fuerza necesaria para ganar unas elecciones ya habremos logrado la independencia.
Este deslizamiento al conservadurismo por una gran parte del independentismo obedece a varios factores. Entre ellos a la fragmentación y dispersión de las fuerzas independentistas. La ausencia de una organización fuerte genera un vacío de dirección y de estrategia de lucha. Se abandona la teorización y la práctica y se produce una baja en el nivel ideológico del movimiento y por ende del compromiso con la lucha. De ahí se cae a un relajamiento moral con el resultado de que las diferencias con los que combatimos se van achicando.
Entre muchas cosas que merecen ser evaluadas por el independentismo está su participación electoral. No se trata de ir sobre el viejo debate, ya superado, entre el electoralismo y la abstención, sino sobre la forma y manera en que nos insertamos en el proceso electoral.
Un examen de la participación electoral del independentismo en los últimos cincuenta años demuestra lo poco que se ha alcanzado, por no decir su fracaso. Más sentimiento nacional se ha sembrado y desarrollado en las luchas sociales, sindicales, ambientales y contra el militarismo y más independentistas se han hecho en esas luchas que en la acción electoral. En la lucha de Vieques se adelantó más la independencia que en cincuenta años de participación electoral del independentismo. El independentismo, lejos de crecer electoralmente se ha reducido, a pesar del auge del sentimiento nacional experimentado en los últimos años, el deterioro de la economía, la inconformidad masiva con la existente relación política con Estados Unidos, el aumento de un sentimiento anti-colonial, el creciente desprestigio de los partidos coloniales y el colapso reciente del ela.
En catorce elecciones celebradas desde 1960 hasta 2012, el voto independentista más alto ha sido un 6%, sumando al PIP y al PSP en las elecciones de 1976. Desde entonces, hasta el 2012 ha ido en descenso hasta llegar a menos de un 3% en las pasadas tres elecciones, los peores resultados en la historia del PIP. En 12 años el voto se ha reducido a menos de la mitad. De 82 mil votos íntegros en el 2000 a 36mil en el 2012. No hay duda que estos resultados no reflejan el sentimiento independentista en el país. Basta ver los resultados del plebiscito de 2012 cuando la independencia obtuvo 74,895 votos y el PIP alcanza menos de la mitad, 36,519 votos, en el mismo evento electoral y el mismo electorado. Se impone, por lo tanto, analizar esta situación, buscar una explicación y encontrar las respuestas que conduzcan a transformar esa realidad electoral. La meta no puede ser que el PIP recobre el 3% para quedar inscrito y cantar victoria. Obtener el 3% en unas elecciones generales es una derrota cuando el número de independentistas excede tres o cuatro veces ese 3%. Algo malo hay en la convocatoria o en quien convoca y no debemos temer a buscar una explicación o respuesta. Hay condiciones para masificar la lucha de independencia y la lucha anti-colonial. Sin esa masificación no hay victoria.
Se impone un nuevo enfoque de la participación electoral del independentismo. Una nueva visión, una nueva estrategia. La forma y manera en que el independentismo ha participado en los últimos cincuenta años no ha producido un avance en la lucha de independencia. En cincuenta años ni tan siquiera hemos podido romper el bipartidismo existente.
El PIP, desde su fundación y primera participación electoral en 1948, ha dominado la representación independentista en el plano electoral. Los intentos de otras organizaciones independentistas de despojarlo de ese dominio o de compartir el espacio electoral han fracasado. Ninguno de estos intentos ha logrado tan siquiera acercarse a una amenaza seria al recibir muy poco respaldo en sus incursiones electorales.
Hay múltiples “atractivos” para la organización que tenga a su cargo la representación electoral independentista. Un fondo electoral de $400 mil en año no electoral, $600 mil en año electoral y un millón de dólares para la campaña en las elecciones. Además de estos subsidios hay unos 200 empleos a repartir en la Comisión Estatal de Elecciones. A lo económico hay que sumarle el reconocimiento oficial que el sistema le otorga como el representante del independentismo a quien posea la franquicia electoral.
Estos “atractivos” son a su vez sumamente peligrosos. “Se piensa como se vive”, decía el viejo Marx, contrario a lo que muchos creen de que se vive como se piensa. Estos “atractivos” llevan a la dependencia y ésta a su vez conduce al burocratismo. Inconscientemente se pasa a ser parte del establishment, del sistema, el mismo que se dice combatir. El silencio domina la voz fiscalizadora y la denuncia. Pero lo peor de todo es que los intereses personales y de la organización entran en contradicción con los intereses de la lucha. Se invierten entonces los objetivos. Sobrevivir políticamente se convierte en la prioridad y los intereses de la lucha se subordinan a la supervivencia personal y de la organización. Se llega al punto de ver a los otros que luchan por los mismos ideales como enemigos ante el temor de verse desplazados. Quedar inscrito se convierte en el objetivo y obtener el 3% se presenta como una gran victoria, en total olvido de la masificación de la lucha que es lo que lleva al triunfo.
Ejemplo de la contradicción entre los intereses del partido y los de la lucha es la ley electoral. Para la lucha de independencia es conveniente una ley democrática, liberal, que facilite la inscripción de partidos, candidaturas independientes, alianzas y que la administración del proceso electoral esté en manos independientes de los partidos. La actual ley electoral es todo lo contrario.
Es antidemocrática, represiva, protectora de las maquinarias políticas, del bipartidismo, facilita el robo de votos al exigir cerca de ocho mil funcionarios de colegio a partidos pequeños o candidaturas independientes, los partidos existentes son los que validan o rechazan los endosos de los aspirantes que los retan aumentando los ya opresivos números de endosos que se exigen con el alto porciento de rechazo. El caso de Vargas Vidot expuso la atrocidad de la actual ley electoral.
Esta ley es la mayor y mejor defensa de los partidos coloniales ya que hace casi imposible que se pueda articular una oposición electoral que los eche abajo. El PIP ha participado junto al PNP y el PPD en la defensa de la ley actual. Sus intereses de partido y de sus dirigentes por mantener la exclusividad de la representación independentista en el espacio electoral los ha llevado a poner esos intereses por encima de los de la lucha de independencia. Esto no es raro, en América Latina encontramos también ejemplos de partidos en que su sobrevivencia política es su objetivo único y principal, en total olvido de alcanzar el poder.
El temor a ser desplazado o de compartir el espacio electoral ha llevado al PIP a participar en los plebiscitos engañosos celebrados en los últimos años rompiendo la unidad independentista de renuncia y rechazo a esta falsedad de libre determinación. La experiencia del plebiscito de 1967 cuando el gobierno del PPD compró una participación independentista parece obligar a participar para cerrarle el paso a otros.
En cuanto a un proyecto de ley para la celebración de una asamblea de estatus el PIP repite la historia de rechazo a la apertura al negarse a respaldar el proyecto del resto del independentismo y favorece la entrega del proceso a los partidos, cuando precisamente han sido los partidos quienes históricamente han estado a cargo de resolver el estatus y han fracasado.
Una vez mas se cae en el error de colocar la vida del partido como el objetivo primario y no como medio para alcanzar el fin que es la independencia. La organización, ya sea partido, movimiento o frente, toma su forma y adopta su base programática en correspondencia con la realidad de la etapa en que se encuentra la lucha. Lo contrario es caer en una postura estática, inmovilista, de lo que tanto acusamos a los Populares, y con razón.
Si miramos a revoluciones triunfantes como la vietnamita y la cubana, Ho Chi Minh disolvió el Partido Comunista Indochino en 1945 para insertarse en un frente nacional, el Lien Viet, buscando una mayor amplitud de fuerzas. En Cuba, luego de bajar triunfante de la Sierra, el 26 de Julio se disolvió para unirse con otras fuerzas como el Directorio y el Partido Socialista Popular, y constituir el ORI, uniendo todas las fuerzas revolucionarias. La Unidad Popular en Chile, el Frente Amplio en Uruguay, el Chavismo en Venezuela y más reciente los nuevos movimientos en España y Grecia rompieron con los viejos esquemas electorales e implantaron nuevas formas de participación electoral que han adelantado las causas progresistas. En Puerto Rico el independentismo enfrenta las elecciones de igual manera desde el 1948, hace 68 años. No deben sorprender entonces los resultados.
Ante este diferendo con la política del PIP algunos preferirían que no se discutiera porque discutirlo divide. Por el contrario, no haber discutido las diferencias en un debate fraternal y con desprendimiento patriótico es lo que nos ha llevado a la división y estancamiento que arrastramos por años. Se puede debatir y luchar a la vez.
El pasado 9 de junio la realidad política de Puerto Rico cambió radicalmente. En la mañana de ese día el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró finalmente la condición colonial del ela, poniendo fin al debate de 64 años sobre la naturaleza del ela. Por la tarde el Congreso aprobó legislación colocando a la Isla bajo la sindicatura de una junta de siete individuos nombrados por el Congreso y la Casa Blanca. Hemos regresado al colonialismo de principios del siglo pasado, eliminando el poco gobierno propio que se había alcanzado. Este regreso humillante y abusivo al pasado se da en medio de una gran crisis económica y fiscal que ha llevado la estructura política colonial al colapso y el país a la quiebra.
Frente a esta nueva realidad el independentismo se inserta en el proceso electoral de 2016 como siempre, como si nada hubiera pasado. Se actúa como los partidos coloniales, con un apego y entrega a un proceso electoral que es una farsa y engaño mayor que cualquier elección colonial antes celebrada.
A pesar que la unidad independentista ante la nueva realidad colonial es insuficiente, es por otro lado imprescindible para alcanzar el objetivo al que debemos dirigir todos nuestros esfuerzos: la creación de un amplio frente anti-colonial. Sin un esfuerzo unido del independentismo no es alcanzable ese frente que equivaldría a un realineamiento de las fuerzas políticas del país y para lo cual hay condiciones muy favorables ante la podredumbre de los partidos existentes y el desprestigio de la clase política que los dirige. Hasta que no logremos alcanzar una expresión electoral anti-colonial de cerca de un 20% Washington no se ha de mover.
Hay que ir al cambio. Dejar atrás la participación electoral del independentismo como partido y trabajar alianzas con sectores anti-coloniales, ensayar estrategias para conquistar alcaldías, retomar la visión revolucionaria sobre las elecciones coloniales (PSP), rechazar la dependencia en fondos electorales y colocarnos de frente al sistema y no como parte de él, recobrar el trabajo serio, desinteresado y sacrificado que debe presidir la lucha independentista y que es lo que establece claramente ante el pueblo la diferencia entre nosotros y los que combatimos.
La actual expresión electoral del independentismo dista mucho de lo anterior. Los resultados hablan por sí mismos. Las opciones están claras: luchamos por la independencia o luchamos por la sobrevivencia de una organización.