La bala que no disparé
Hará unos años me
invitaron a hablar en una universidad en California. También estaban invitados otros dos oradores,
uno de Filipinas y otro de Cuba. Cada
orador tenía un estudiante asignado para
presentarlo. Entre los tres
estudiantes había una joven coreana a la cual le tocaba presentar a uno de los
otros dos oradores, pero luego de leer el resumé de cada uno de nosotros,
insistió vehementemente en presentarme.
Me miraba con una emoción y un cariño que no podía entender pues era la
primera vez que la veía. Luego, con voz
casi temblorosa, me contó esta historia.
Había leído en mi
resumé que de joven yo había estado encarcelado durante dos años por rehusarme
a matar coreanos. Ella me decía, con su
mentalidad oriental, que la bala que yo me negué a disparar en Corea pudo haber
sido la bala destinada a su abuelo. Al
yo no dispararla, se salvó la vida de aquel jovencito coreano que más tarde fue
el padre de su padre, o sea, su abuelo.
Por lo tanto, —me
decía— ella me debía la vida y
de ahí su insistencia en ser mi presentadora.
Lo que quizás ella no sabía era que, al decirme eso, me hacía sentir aún
mucho mejor de lo que me sentía por no haber participado en el crimen contra
Corea.
Publicado en: Cancel Miranda, Rafael. Remando
bajo la lluvia. Edición privada: San Juan 2005.
Corea y yo
Han pasado
muchos años
de cuando caí
en prisión
por no matar
a coreanos
y no invadir
su nación.
Hoy me siento
orgulloso
de que reté
al tirano
y estuve en
calabozos,
pero no maté
ni un coreano.
Y al encontrarme
con ellos
adonde nos
lleve la vida,
en un abrazo
sincero,
compartir una
sonrisa.
11 de noviembre de 2016
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